martes, 10 de junio de 2008

EL BOTELLÓN: ¿UN PROBLEMA SOCIAL?

El botellón se entiende como una costumbre establecida, sobre todo entre los jóvenes, en la que se bebe alcohol (cerveza, calimocho, licores de frutas, combinados, etc.) en lugares públicos no destinados a ello, como parques o zonas abiertas de la vía pública. Este fenónemo viene de la mano de abaratar el coste de la bebida. Se consume el alcohol masivamente, antes de dirigirse más tarde a pubs, discotecas, o conciertos donde el precio de las bebidas suele ser más caras. Esta última frase da en la clave de la cuestión: el coste de la bebida en los pubs, discotecas o similares. Hoy nos podemos dar con un canto en los dientes si este no pasa de los 4 euros.

Hoy por hoy, los menores de edad tienen más fácil el acceso al alcohol en supermercados o pequeñas tiendas de alimentación, principalmente estas últimas, que la entrada a locales nocturnos donde muchos de ellos tienen prohibida la entrada a menores de dieciocho años. La juventud de hoy no es menos inquieta ni menos curiosa y para ellos, como para los jóvenes de hace años, lo prohibido atrae.

El filósofo Gustavo Bueno respondía así cuando le preguntaban sobre el fenómeno del botellón:

“Hay que prohibirlo totalmente, pero la cuestión es ¿qué se hace con esa gente y cuáles son las raíces de todo eso? Lo vi por primera vez en Sevilla, hace unos años. Unos 400 adolescentes reunidos en la calle, como primates que se juntaban aterrorizados, dándose ánimos mutuamente, quizá por lo que se les venía encima.
Esta es una típica respuesta que la sociedad en general suele transmitir cuando se le pregunta sobre este fenómeno. Apuesto a que muchos de ellos no han puesto la vista atrás y se han visto con treinta o cuarenta años, o como en el caso de Gustavo, con cincuenta o sesenta años menos. En esta típica respuesta, nadie es capaz de ponerse ni en el lugar de los jóvenes, ni es capaz de aportar ninguna solución.

El botellón no es una práctica aislada de cuatro jóvenes fracasados, junkies, porretas o como quieran llamarles. A un botellón acuden cientos de personas en las grandes ciudades, en ocasiones miles, donde se encuentran chicos y chicas sobresalientes, a nivel académico y a nivel personal, hasta en ocasiones se pueden observar clases enteras de aulas de bachillerato que compete a los más inteligentes y a los menos inteligentes. Pero son gente normal, no primates.”


Mariano Fernández Enguita, catedrático de Sociología en la Universidad de Salamanca y autor de un estudio sobre la jornada escolar para la Comunidad de Madrid, indica que “como toda forma masiva de actividad, el botellón tiene una dimensión expresiva, la de sacar lo que tienen dentro, fuera del ámbito de los adultos, y les aporta una ilusión de comunidad, de sentir que forman parte del grupo. Este es el primer paso para dar soluciones al fenómeno del botellón, entender a los jóvenes. Claro que quizás el consumo abusivo de alcohol contrarreste todo punto positivo, pero el estado de embriaguez lo alcanzan una minoría.”

¿Qué se ha hecho para solucionar el problema? La ley antibotellón ha demostrado ser un rotundo fracaso. En el polo opuesto, ciudades andaluzas como Sevilla o Córdoba han facilitado espacios para su práctica llamados botellódromos.

En lugar de que los adultos tomen las decisiones que crean oportunas, ¿No sería mejor plantearse la opción de escuchar las necesidades de los jóvenes y a partir de ahí decidir qué hacer y cómo hacerlo? Esta opción es primordial. No juzguemos antes de tiempo. Escuchemos y a partir de ahí planteemos soluciones.

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