
Los hijos ocultan amores y los padres sus debilidades, según relata el psicólogo Javier Urra en un libro sobre los secretos de unos y otros
Ya sea por vergüenza o por desidia las relaciones entre padres e hijos adolescentes han estado marcadas por la falta de comunicación. Se trata de un mundo conocido pero inexplorado. Es un tiempo marcado por el secretismo y la inseguridad, que llega cuando se rompe el cascarón y madura la sexualidad. Esta fisura del vínculo afectivo se alimenta de silencios y mentiras, tanto por lo que ocultan los vástagos como por lo que callan sus progenitores. Con el afán de acercar estos dos polos, el psicólogo Javier Urra ha compilado en el libro ¿Qué ocultan nuestros hijos? la respuesta anónima de varios miles de alumnos de 8 a 20 años y la visión que sobre esta relación tienen sus padres.
El estudio sociológico se estructura a partir de una cuestión concreta: Lo que no contamos a nuestros padres. Aunque un nutrido de jóvenes asegura que su diálogo es activo, que no hay secreto que se guarden, el resto enumera una serie de temas tabú entre los que destacan, por este orden, las relaciones con el sexo opuesto, las malas notas, qué hacen cuando salen, los problemas con los amigos, el alcohol, el tabaco, sus
problemas y preocupaciones y, de menor trascendencia, las relaciones sexuales (más en mujeres), los castigos escolares (más en varones) y el grupo con el que se mueven.
Por edades, el estudio refleja que los niños de 11 y 12 años callan cosas que no deben hacer pero hacen; a los 15 y 16 años ocultan problemas y preocupaciones. A corta edad esconden quién les gusta y de mayores no cuentan las relaciones y el sexo, además de silenciar que fuman o beben alcohol. Las chicas ocultan más las relaciones con sus novios, mientras que los chicos callan en mayor medida las malas notas.
Respecto a los padres (respondieron casi un millar, de las que tres cuartas partes eran mujeres), la conciencia colectiva considera que los progenitores silencian prioritariamente los temas sobre sexualidad por vergüenza o por no encontrar el momento adecuado. Sin embargo, los datos contradicen esta percepción popular. Los problemas laborales, económicos y de pareja son más callados que los referentes a la
sexualidad.
Dice Javier Urra que los padres ocultan cosas muchas veces por no preocupar a sus hijos, pero también para que no conozcan cómo se comportaban ellos cuando tenían su misma edad. Esconden quién les da información privilegiada de sus vástagos y también el dolor que sienten cuando sus hijos les hieren. «Esto les crea una angustia, a veces injustificada, respecto a si están haciendo todo lo que pueden», afirma el asesor de Unicef y ex Defensor del Menor.
El sociólogo aconseja a los progenitores que no traten a sus hijos con paternalismo y usen «descaradamente» su propio lenguaje en plan «colegas», ya que, «aunque nos vean frágiles en algunos aspectos, influimos en ellos más de lo que pensamos». Hay cuestiones, en este sentido, que no deben ser tratadas ni con frivolidad, ni a salto de mata. Está bien, por ejemplo, preguntarle si llevan preservativos, pero
antes de hacerlo habrá que educarles en una sexualidad basada tanto en el disfrute como en el respeto hacia sí mismo y hacia el prójimo.
Una de las reflexiones a tener en cuenta es que los padres pueden esconder una verdad que haga daño, «ya que hay zonas de nuestro ser intransferibles que no deben ser violentadas: ángulos de la intimidad, fantasmas personales que no deben ser removidos, salvo por profesionales y en momentos puntuales», señala el especialista.
También la soledad del menor aparece en el estudio como una de las «enfermedades más graves», ya que algunos responden que salen a dar una vuelta con los amigos y en realidad no saben dónde ir porque no tienen amigos. «Sólo el 35% de la comunicación se da por la palabra, el resto es el denominado lenguaje no verbal: mímica, gestos, tonos de voz, silencios. Hay que tenerlo en cuenta para conocer mejor a los hijos», aconseja.
El psicólogo forense cree que hacen falta más charlas de sobremesa, de viaje y de cuna y preguntar a los hijos más por lo que siente que por los que hace, para que luego no les pille todo de sorpresa. Y tan importante como una comunicación fluida es afrontar el reto de educar a los hijos con naturalidad, sin presiones personales. Hay padres, según Urra, que sufren demasiado, «se atormentan». No es para tanto.
Fuente: El Correo
Ya sea por vergüenza o por desidia las relaciones entre padres e hijos adolescentes han estado marcadas por la falta de comunicación. Se trata de un mundo conocido pero inexplorado. Es un tiempo marcado por el secretismo y la inseguridad, que llega cuando se rompe el cascarón y madura la sexualidad. Esta fisura del vínculo afectivo se alimenta de silencios y mentiras, tanto por lo que ocultan los vástagos como por lo que callan sus progenitores. Con el afán de acercar estos dos polos, el psicólogo Javier Urra ha compilado en el libro ¿Qué ocultan nuestros hijos? la respuesta anónima de varios miles de alumnos de 8 a 20 años y la visión que sobre esta relación tienen sus padres.
El estudio sociológico se estructura a partir de una cuestión concreta: Lo que no contamos a nuestros padres. Aunque un nutrido de jóvenes asegura que su diálogo es activo, que no hay secreto que se guarden, el resto enumera una serie de temas tabú entre los que destacan, por este orden, las relaciones con el sexo opuesto, las malas notas, qué hacen cuando salen, los problemas con los amigos, el alcohol, el tabaco, sus
problemas y preocupaciones y, de menor trascendencia, las relaciones sexuales (más en mujeres), los castigos escolares (más en varones) y el grupo con el que se mueven.
Por edades, el estudio refleja que los niños de 11 y 12 años callan cosas que no deben hacer pero hacen; a los 15 y 16 años ocultan problemas y preocupaciones. A corta edad esconden quién les gusta y de mayores no cuentan las relaciones y el sexo, además de silenciar que fuman o beben alcohol. Las chicas ocultan más las relaciones con sus novios, mientras que los chicos callan en mayor medida las malas notas.
Respecto a los padres (respondieron casi un millar, de las que tres cuartas partes eran mujeres), la conciencia colectiva considera que los progenitores silencian prioritariamente los temas sobre sexualidad por vergüenza o por no encontrar el momento adecuado. Sin embargo, los datos contradicen esta percepción popular. Los problemas laborales, económicos y de pareja son más callados que los referentes a la
sexualidad.
Dice Javier Urra que los padres ocultan cosas muchas veces por no preocupar a sus hijos, pero también para que no conozcan cómo se comportaban ellos cuando tenían su misma edad. Esconden quién les da información privilegiada de sus vástagos y también el dolor que sienten cuando sus hijos les hieren. «Esto les crea una angustia, a veces injustificada, respecto a si están haciendo todo lo que pueden», afirma el asesor de Unicef y ex Defensor del Menor.
El sociólogo aconseja a los progenitores que no traten a sus hijos con paternalismo y usen «descaradamente» su propio lenguaje en plan «colegas», ya que, «aunque nos vean frágiles en algunos aspectos, influimos en ellos más de lo que pensamos». Hay cuestiones, en este sentido, que no deben ser tratadas ni con frivolidad, ni a salto de mata. Está bien, por ejemplo, preguntarle si llevan preservativos, pero
antes de hacerlo habrá que educarles en una sexualidad basada tanto en el disfrute como en el respeto hacia sí mismo y hacia el prójimo.
Una de las reflexiones a tener en cuenta es que los padres pueden esconder una verdad que haga daño, «ya que hay zonas de nuestro ser intransferibles que no deben ser violentadas: ángulos de la intimidad, fantasmas personales que no deben ser removidos, salvo por profesionales y en momentos puntuales», señala el especialista.
También la soledad del menor aparece en el estudio como una de las «enfermedades más graves», ya que algunos responden que salen a dar una vuelta con los amigos y en realidad no saben dónde ir porque no tienen amigos. «Sólo el 35% de la comunicación se da por la palabra, el resto es el denominado lenguaje no verbal: mímica, gestos, tonos de voz, silencios. Hay que tenerlo en cuenta para conocer mejor a los hijos», aconseja.
El psicólogo forense cree que hacen falta más charlas de sobremesa, de viaje y de cuna y preguntar a los hijos más por lo que siente que por los que hace, para que luego no les pille todo de sorpresa. Y tan importante como una comunicación fluida es afrontar el reto de educar a los hijos con naturalidad, sin presiones personales. Hay padres, según Urra, que sufren demasiado, «se atormentan». No es para tanto.
Fuente: El Correo

1 comentario:
¡Enhorabuena por la información expuesta en este blog! Contiene interesantes artículos de calidad donde encontramos diversidad de información sobre problemas severos que afectan a nuestra sociedad hoy en día. Es necesario ponernos en acción para ayudar a nuestra juventud a combatir las adicciones.
Saludos Cordiales.
Lic. Lorena Aranda
Inversora-Promotora de Inversiones de Alto Rendimiento
http://videosdenegocio.blogspot.com
http://www.cs.toronto.edu/~jaranda/
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